lunes, septiembre 17, 2007

a través del espejo... y lo que el intronauta encontró allí

Hoy, en el sitio en el que trabajo, convocaron a una reunión de planeación... hasta el jueves, dicha reunión no estaba planeada. Por eso mismo, hoy no hubo café soluble ni caja con galletitas para los asistentes. Citada para las 11 de la mañana, la reunión comenzó media hora después, con la asistencia de menos de la mitad de los convocados; ni siquiera los directivos estaban (“Voy al banco y en cuanto regreso me integro a la reunión”, me dijo alguien de ellos). Definitivamente, y como dijo alguna vez un personaje de Almodóvar: “La realidad es tan dura que deberían prohibirla”.
Imaginemos un lugar al que asisten Homero Simpson y Barney (de Los Simpson), la Reina Blanca y el Sombrero Loco (de Alicia), el Gigante y el Hombre que vino de otro lugar (de Twin Peaks), Chus Lampreave en cualquier personaje de los que ha hecho para Almodóvar y muchos seres de esa misma familia... Eso fue la reunión. Importante reunión, toda vez que se nos pide, para el próximo viernes, entregar una evaluación de algo que, en lo que a los asuntos que a mí corresponden, ni siquiera ha comenzado a operar. Al comentar eso con la junta de planeación, me dijeron que evaluara “eso”. Mi respuesta, como suele ser en estos casos, fue un “Duh???” que no fue contestado.
Desde hace un año, al menos, la historia funciona igual: recuerdo las reuniones en las que se hacía proyectos acerca de tal o cual situación, se proponían diversas estrategias operativas e, incluso, se nombraba a ciertos responsables. Media hora después de terminada la reunión, se nos decía que nos olvidáramos de todo eso, que no procedía.
Hoy pudo haber pasado algo parecido, pero nadie lo comentó... o casi nadie: mi compañera a la izquierda me hizo un comentario revelador: “Es que todo esto, así como está, va destinado al fracaso”. Mientras, mi compañera a la derecha, me preguntaba: “Sin afán de ofender... ¿tú entiendes lo que dice X? Habla muy raro: ¿Qué es eso del ‘meta-análisis’? Tampoco entiendo lo del subproducto...”. Mi respuesta fue que ella la llevaba de gane, porque en lo que a mí concernía, la verdad, no entendía nada... ni siquiera mi presencia ahí.
Y es que todo eso se convirtió en una especie de terapia grupal, en la que cada quien sacó a desfile sus fantasmas personales: que si soy muy incisivo, que si no me hacen caso de nada de lo que digo, que si no entiendo ese tipo de trabajos, que si no es que no quiera trabajar pero eso es demasiado, que si me tienen que dar tiempo extra y descargarme de clase y de labores administrativas para hacerlo, que si no había café soluble ni caja con galletitas, que si no soy yo y son los demás, que no es cierto que no se haga investigación en ese lugar, que si las compañeras psicólogas ya habían señalado que hay que reformular el plan de estudios y eso es investigación (al menos en ese lugar), que si la cafetería volverá a funcionar en este semestre, que si yo no sé y que lo resuelva Vargas, que si patatín y que si patatán.
La reunión, planeada para una hora de duración, terminó a las tres de la tarde. Todos salimos con la consigna de evaluar “eso”, sin que se nos haya indicado qué factores tomar en cuenta y, lo más grave de todo, sin haber bebido café soluble ni haber comido galletitas de esas que tienen guardadas desde hace tanto tiempo que cuando uno las prueba, pese a estar guardadas en paquetes sellados, tienen un sabor a humedad y a abandono tan penetrante que permean la realidad circundante.
Quizás el problema surja de las galletitas y del café soluble que, digan lo que digan, no es café sino un sucedáneo (del café mismo y de la realidad circundante) que, venir a ver, sirve porque no sirve; si sirviera, no serviría...

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