viernes, mayo 25, 2007

De "Sólo el humo permanece"

Nada, ya ves que anoche Gladys me invitó a salir con ella y con Mariana. Sí, con Mariana, no pongas esa cara. Le quería preguntar si, en definitiva, no piensa volver a la Facultad. Gladys dijo que tenía noche libre y permiso de Javier para irse a donde fuera “siempre y cuando vayas con Ángel”. Al llegar por ellas, había tres opciones: ir a casa de una prima de Mariana, ir a la fiesta de Antonio a casa de los ositos, o hacer nuestro propio argüende los tres, que fue lo que decidimos al final. Fuimos al Tapanco, donde Gladys rompió un vaso y ya de ahí decidimos ir a La Caverna. No hagas caras, güey, o ya no te sigo contando. Para caras, con la que traigo ahora basta. Parecía reunión de la Facultad de Humanidades... en serio. Total, estuvimos bebiendo y platicando un buen. No. Nada de mota ni de cosas raras. Nos salimos de ahí a las 2.30 de la mañana. Según eso, nos iban a ir a dejar a casa de Mariana, pero fuimos a tronar hasta Lomas Verdes, donde estuvimos oyendo un buen de música. El dueño de la casa preguntó, con cara de querer impresionar, “¿Han escuchado a Dead Can Dance?” Y yo: “I suck for Within the Realm of a Dying Sun”. Total, que estuvimos platicando y, claro, como buenos hippies retrasados que son, sacaron mota y estuvimos fumando un rato. Como me dio sueño, me fui a recostar en un silloncillo que había por ahí. Como a eso de las seis de la mañana, llegó Mariana, ahora sí, como estrella del amanecer. Yo ya estaba casi jetón, pero de pronto empecé a sentir caricias en la cara, que fue lo que me despertó. Sólo recuerdo los ojos negros de Mariana y una sonrisa tan brillante como evanescente. No te rías, pendejo, o ya no te sigo contando. Nada, que Mariana empezó a besarme. Ah, ¿verdad que ya te quedaste de a seis? Pero unos besos un tanto mandados, a decir verdad, porque, de repente, se me ocurrió meter mi lengua entre sus dientes (checa los posesivos, güey) y la succionó... No la quería soltar, hasta que le hice cosquillas. Para desquitarme, empecé con un faje ya más mandado. Nos empezamos a quitar la ropa. Ella se quería poner pudorosa, quesque por los otros güeyes que estaban en el depa ese. Tuvimos que pararle, porque pasaron por ahí estos tres güeyes, que porque uno ya se iba y los otros lo iban a dejar. En cuanto se fueron, Mariana se desmandó, la verdad. No esperaba que se fuera a portar así... Cuando terminó su labor bucal, me dijo, con una sonrisa como de bruja: “Ahora te tengo en mis manos” y ya luego nos tuvimos que componer de inmediato, porque los güeyes estos ya habían regresado. Aproveché para despedirme, ya ves que habíamos quedado para el café, llegué a la pensión, me bañé y ahora estoy aquí, con hambre. ¿Qué te parece que si en lo que yo engullo unos sapitos, tú me preguntas todo lo que quieras de la noche de anoche? Ya en cuanto acabe de almorzar, nos ponemos a discutir el verso ese de Wallace Stevens, ¿no? Creo que no le has entendido bien...

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