martes, mayo 01, 2007

En primera persona (30 de abril)

Ayer, 30 de abril, día del niño, en México, en este ejido que es Toluca, llovió como pocas veces llueve. Al salir del trabajo, se dejaron caer unas gotas que 20 metros después, ya eran llovizna y 50 metros más adelante, ya eran lluvia pertinaz. Dice Borges que la lluvia es algo que ciertamente sucede en el pasado y tal vez tenga razón pero, ¡ah cómo mojó esa lluvia! Llegué humedecido y jadeante a la parada del bus, en una de esas pocas ocasiones en que dicha condición obedece a factores climatológicos y no corporales. En mi prisa, nunca me di cuenta que había tomado la ruta equivocada, de lo que me di cuenta varios minutos después, cuando el bus debió de haber dado vuelta a la derecha y... nada, que dio vuelta a la izquierda. Mientras, afuera, como en aquella canción de Leo Dan, creo, “y llovía y llovía...”
Sólo quedaba apearme del bus. Fue lo que hice. A partir de ahí, tenía dos opciones: guarecerme como pajarito debajo de algún abrigador escaparate o caminar bajo la lluvia hasta la otra parada del bus, distante algo así como unos 750 metros de donde estaba. Porque con la lluvia, como con la vida, nunca se sabe... nunca... Me decidí por la última. Tenía muchos años, desde que vivía en Xalapa, que no me mojaba por el gusto de hacerlo.
Y ahí va, algo semejante a una espiga de 1.85 metros, caminando un poco despacio y con cuidado de no resbalarse en sus sandalias negras que se había puesto luego de ver por la ventana de su así llamada perrerita que hacía un sol demasiado lindo. Fue su regalo del día del niño. A la hora de llegar a la parada del bus, las sandalias hacían “buf, buf” a cada paso. El pantalón iba escurriendo de las rodillas hacia abajo y la camisa (porque por una rara coincidencia la espiga se puso camisa ayer) insistía en pegársele a las magras carnes que hacen que pese algo así como 72 kilos. Mientras, las gotas escurrían por el pelo de la cabeza y de la barba de dos días a medio crecer que lleva desde hace meses.
Sabedor de que hoy, 1 de mayo, no tendría que salir a la calle a no ser que fuera por el mero gusto de hacerlo, llegué a casa con toda tranquilidad, todavía escurriendo. Nada más verificar que la lap top y el celular estaban en buen estado, me metí a la regadera, donde estuve un buen rato cantando algunas canciones. Ya luego, preparé un té, kashmir tchai (ya se sabe lo pesado que puedo ponerme cuando de relajación se trata), y me puse a escuchar mis discos de The Combustible Edison, uno de mis grupos favoritos, pese a que casi nunca lo nombre, aunque la tarde-noche estaba para Julee Cruise. Me preparé unos rebanadas de pan con mantequilla y mermelada de fresa (baja en azúcares, por supuesto) y así oscureció y me dieron ganas de dormir.
¡Ah, la vida!

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