martes, junio 26, 2007

De "Sólo el humo permanece"

Aquella fue una tarde linda, incluso agradable: clima fresco de fin de invierno que permitía andar con suéter; el cielo (siempre el cielo), casi cubierto de nubes y éstas, generosas dejaban caer la cantidad exacta de gotas para hacer que la tierra exhalara ese aroma tan de suyo cuando se humedece.
Las nubes cubrían los cerros que rodean la ciudad y los goterones alguna vez se iluminaban por el sol. Algo pasaba en el ambiente que invitaba a la alegría: una madre jugaba con su hijo mientras esperaban el autobús; una pareja lamía sus conos de helado, al tiempo que hablaba con sus miradas, un chico de aspecto hippiesco con la mirada aún somnolienta de quien recién descubre el mundo, exhalando un vapor tornasolado, sumergido en los acordes de su walkman… incluso los conductores de los autobuses parecieron ser amables por un viernes.
La gente sonreía y caminaba, sin saber a ciencia cierta la causa de su sonrisa y sin voltear la vista hacia arriba ni a los lados; de haberlo hecho habrían visto las nubes y el sol que por ellas se colaba. Y tú, en el bus, perdiéndote del agradable vientecillo, de los escasos e intensos goterones, con los audífonos puestos escuchando las mismas dos canciones, intermitentemente… Decidiste bajarte y llegar a casa caminando.
Oler una vez más la tierra húmeda, la fragancia de unos eucaliptos encontrados al cruzar una avenida, la de unos pinos en los que nunca antes te habías fijado. Ver arriba y ver a un lado y ver a otro... las nubes se ponían más grises y ya se estaba haciendo noche.
Sentir ganas de correr sin tener prisa y así, corriendo, llegar a casa y tirarse en la cama y escuchar otra vez y otra vez y otra vez las mismas dos canciones y decir que sí, que tienen mucha razón con lo que cuentan.
Seguir escuchando música, bajar por un shiraz y decir que te lleva la chingada, que tienes que conformarte con un merlot. Seguir leyendo y encontrar que los ojos de un gato negro son dos uvas llenas de sol y recordar de pronto su mirada y relacionarla sin-saber-por-qué con el sol de esas uvas y esos ojos... Sentirte embriagado de poesía. Decidir que no, que habrías de pasar el resto de la noche en un estado de relajación y de alegría absolutas.
Lograr que nada, nada, empañara ese cristal, al menos esta vez, fue un verdadero logro, casi, casi un milagro, que habría sido tal, de no vivir en los albores del siglo XXI. Dejar en la botella verde cantidad suficiente para otro vaso de merlot, por el simple placer de dejarlo y por compartirlo en sueños con el sol. Irse a la cama, cubrirse con cobijas y decir que sí, que qué tarde tan linda la de ese día.

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