lunes, diciembre 03, 2007

50 años de la Facultad de Letras Españolas de la Universidad Veracruzana. toma II

Ir a Xalapa representa volver a un lugar y una gente que, a lo largo de los años, ha trascendido en mi persona. Cuando José Luis me dijo que lo de la lectura formaría parte de un trío de tres (las otras dos fueron la de Alejandro Higashi y la de Pablo Sol) me hizo gracia, porque los tres, luego de la Fac. de Letras, fuimos al Colmex, en distintas y sucesivas promociones (es raro que por primera vez en varios años, en la promoción que ahora está por terminar, no haya gente de la Fac. de Letras en el Colmex).
Sin embargo, y como le comenté a Ismael hace tiempo, hay otra situación con Xalapa: para mí representa, también, uno de los sitios de los cuales conservo muy buenas memorias, aunque de unos años a la fecha la realidad no concuerda mucho con esos recuerdos. Inevitablemente el paso del tiempo ha hecho que la gente vaya asumiendo, cada vez más, los roles de la vida adulta, lo que significa menos tiempo libre para perder con las amistades. Esta vez, como todo sería entre semana y por prácticamente dos días, fui con la idea de que sería muy difícil ver a toda la gente que estimo.
Llegué allí casi a la hora de la comida del miércoles 21, con el tiempo suficiente para saludar rápidamente a José Luis, Manuel y Pablo Sol, Alejandro, Dana y el pequeño Emilio Sebastián (el hijo de ambos, que nació en agosto de este año). Fue agradable volver a verlos, en el Asadero 100, bromear un rato con cosas como:
Alejandro: pues sí, éste es mi hijo. Qué gacho que tú no vayas a trascender así...
Manuel: bueno, cómo sabes... yo creo que todavía tiene tiempo...
Carcajadas, que no risas, de José Luis, Alejandro y mías.
José Luis me acompañó a comer, platicamos un rato y me dejó solo para que reposara el cansancio del viaje. Hace años eso habría sido impensable pero, ahora... resulta necesario y gratificante. Fue descansar un tiempecillo, darme cuenta de que tenía complicaciones estomacales y esperar a que Perlita pasara por mí para ir a cenar.
Con Perlita, y con Martín, su esposo, comparto uno de mis placeres favoritos en la vida: comer en lugares agradables. Si hace tiempo me hicieron conocer un restaurante de truchas, que cuento como uno de mis sitios favoritos en La Orduña, esta vez fuimos a un restaurante italiano de ambiente familiar, donde tuvimos tiempo de sobra para ponernos al corriente de chismes, aventuras, desventuras y sueños (porque todavía quedan algunos).
Luego, como ya se había hecho noche, me llevaron al hotel para que descansara. Con los años, es necesario que uno repose un tiempo conveniente, toda vez que, si no se procede de esa forma, salen ojeras (y no se trata de que vaya uno cual mapache por la vida), se aja el cutis y el humor se altera. Como cantaba la Familia Telerín: “Ya llegó el momento de ir a descansar, para que mañana podamos madrugar”.

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