viernes, marzo 02, 2007

En primera persona (viaje al DF)



Hoy todo comenzó temprano: terminé de empacar los discos en vinilo de Alaska y compañía para que en abril lleguen a Madrid. Desayuno en La Casa de los Azulejos, con José Luis (quien fue director de mi Facultad cuando estuve ahí), con el que hacía mucho tiempo no hablaba en persona. Su primer comentario fue acerca de mi indumentaria (la que sale en la foto). Tres temas fueron los comentados: el hongo azul, sus características y su efecto en mi persona; la tesis “sus alcances son muy grandes”, “tal vez, pero si tiene que ir en tres tomos, en tres tomos irá” y su discrepancia acerca de mi estado “no estás aburrido, sino haciendo un ajuste de cuentas contigo mismo, cuyos resultados son muy interesantes, según se puede ver”. Correr a la lectura en la Feria del Libro, donde estarían él, las dos ex directoras de la Facultad, la actual directora y el trabajo de Mario Muñoz. En cuanto me vio, Monse dijo “Ay, no” y ya luego de conversar, “¿Por qué Toluca?” y Alejandro Higashi, que andaba por ahí, dijo lo que yo habría contestado: “Entre Toluca y San Luis...”. Nidia: “Siento no haber estado en su taller de Gil de Biedma...” y yo: “Bueno, una Dirección quita mucho tiempo. Lo bueno es que los maestros de la Facultad se solidarizan. Ya ve que hasta Sergio Pitol estuvo en el taller” (Y este comentario lo hice por chinche que soy, que conste). Meche: “Ay, siempre recuerdo su frase aquella de “a la felicidad por la electrónica”; para mí ha cobrado mucha importancia”. Y yo: “No es mía, es de Esa pareja feliz, la primera película de Luis Berlanga”. Y las lecturas... Para esto, me senté al lado de Alejandro (con José Luis, uno de mis mejores amigos de toda la vida y, sin duda alguna, el interlocutor literario generacional más importante de mi época de la Facultad... pese a que estemos distanciados desde mediados del año 2000), con quien estuve viboreando las ponencias. “Debimos habernos sentado más atrás, para criticar a gusto”, me dijo. Yo asentí.
Luego de las lecturas, nos fuimos a comer José Luis, Alejandro y yo. Hacía varios años ya que no lo hacíamos. Fue muy agradable todo el tiempo que pasamos juntos. Sobre todo, me dio mucho gusto ver feliz, porque ésa es la palabra, a Alejandro, quien próximamente se casa y próximamente será padre por vez primera. Como Monse nos invitó a participar en los festejos por los cincuenta años de la Facultad, le comenté en serio y en broma a Alejandro que comenzáramos con algo de LHOOQ, el fanzine de dos números que publicamos él y yo en la Facultad, y luego nos pasáramos a leer algo de lo que hacemos ahora. Él me dijo que con que leyéremos lo de LHOOQ, seguro que nos aplaudían. Y es que ahí, para ver que la gente evoluciona y que no cambia, él publicó algo acerca de las jarchas y yo, unas notas sobre la poesía norteamericana de la primera mitad del siglo XX, que quedaron bonitas porque, en ese entonces, yo casi no sabía nada del tema. En la actualidad, Alejandro ya tiene su prestigio como medievalista y yo... yo hago mi tesis. Otro punto a comentar fue lo del envío de los discos, que causó la extrañeza de Alejandro y también de José Luis. Ya les expliqué que se van porque además de que yo no he de hacerme de un tornamesa, mejor que los tenga alguien que los valore. Como la conversación estaba tomando tintes serios, añadí un comentario: "Y para hacer un ejercicio de humildad", a lo que José Luis contestó: "De ésos que tan bien te salen, ¿verdad?" Y todo fue risas. Luego, cuando Alejandro me preguntó acerca de un concierto de Fangoria, le dije que no sabía nada y que tampoco iría a ver uno, que me quedaba con los discos, pero que nunca más iría a un concierto de Fangoria. Los dos se quedaron con ojos de plato y me preguntaron que entonces qué me gustaba de Alaska... La respuesta, la reservo, porque también hablé de eso en días pasados y creo que cuando se sepa se entenderán muchas cosas.
Después de la sobremesa, nos despedimos y yo acompañé a José Luis a que tomara su autobús de regreso a Xalapa, aunque antes insistió en tomarme una foto, la que ilustra esta entrada, “en el ombligo del mundo”, es decir, en el Zócalo del DF. En el inter platicamos ya de cosas literarias (no sé por qué, pero últimamente el metro del DF ha atestiguado conversaciones mías acerca de Cortázar y sus personajes masculinos). En la estación de autobuses seguimos conversando un rato y ya cuando se fue, pasé a comprar dos ejemplares de El Principito, que no tengo uno en Toluca y el otro, de regalo.
El regreso a Toluca fue agradable, porque me vine oyendo las canciones que carga el Chocolate. Para rematar el día, recibo un mail de mi asesor, con unos comentarios muy agradables y estimulantes. Casi un día perfecto. Casi, porque tengo una fuerte nostalgia azul, de azul hongo, de hongo azul...
Olvidé el nombre del autor del que habló José Luis, pero se trata de uno que merece toda mi atención, porque alguien que escribe un guión para cine titulado Las lágrimas de la mujer cocodrilo, recibirá toda mi admiración y todo mi respeto, de manera conjunta.

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