domingo, marzo 18, 2007

una semana "rarita"

La del 11 al 17 de marzo fue una semana “rara”. Tanto que hoy, 18, decidí aislarme del mundo: cero música, cero videos, cero televisión (total, ni cable tenemos en casa), cero teléfono e incluso cero internet (hasta esta hora, en que ya tengo mucho sueño y sólo me metí a subir esta entrada). Me dediqué a bucear en mis diarios de 1990-1994, en búsqueda de material para Sólo el humo permanece (terminé de darle los toques finales a un fragmento que pienso incluir esta semana) y a leer, casi de cabo a rabo (me faltan unas cuantas páginas que pienso terminar antes de irme a la cama, más tarde) Los recuerdos del porvenir (también pienso poner unas notas en el güeblog uno de estos días).
En la semana hubo casi de todo: momentos de solaz y esparcimiento (“descansitos”, en la jerga familiar), conversaciones con algunas amistades que viven en el DF (Sergio y Yudis) y una entrevista tan grave como apremiante con mi asesor de tesis y... AY... Antonio Cajero, más preocupado que yo por mi carrera literario-académica, me enjaretó la presentación de un libro, Fervor crítico por Borges, ¡¡¡para el 29 de marzo!!! Y yo, que rara vez puedo decir que no, ahí estoy leyendo para hacer un comentario que Antonio piensa pasar para que se publique a ver dónde, así que no voy a poder hacer uso de mis triquiñuelas de echar rollo así porque sí... Y Gerardo que me invita a leer algo mío para un marathón de lectura y yo que sí, que sí leo... ¿pero, QUÉ?
Un día, el miércoles, decidí salir a pasear con mi soledad (Miss Soledad) a Gallerías Metepec y... nunca lo hubiera hecho: sólo compras de artículos que, a decir verdad, NO necesitaba. Que si una botellita de Ruffino Riserva Ducale 2002 (Chianti Classico), “para esa ocasión especial que sin duda sucederá durante mi estancia en Toluca”, fue mi justificación... o en el área de perfumería: “Un Lacoste, por favor” y la mujer “Clásico, ¿verdad?” y yo: “Me recomendaron el Red” y ella: “No le va a gustar. Usted es del clásico, el que sí le va a gustar es tal”. Y yo: “bueno, veamos el tal” y sí, sí me gustó... tanto que luego de olfatearlo sólo dije “Fascinante...” (y ya se sabe que eso sólo lo digo en ocasiones especiales). Así que salí de la tienda con DOS fragancias... pero si ni cuando compro poppers compro por dos...
Y el jueves , al cine, a ver The Fountain, que me sacó tres expresiones: “Ah...”, “Je je je” y “Eso es...”... tenía seis meses y medio sin ir al cine... pero como me la recomendó el Hongo Azul, ahí voy a verla... Pero antes, también hice otras compras compulsivas en Perisur. Donde siga comprando así, va a pasar lo que ya he dicho otras veces: tendré que empezar a cobrar por eso que hasta ahora he hecho por placer...
Sin embargo, el punto culminante es el que se refiere a la prolongada agonía del padre de mi padre... Cuando comenté eso con Sergio, me dijo que él no sabía que tuviera abuelo paterno (y aclaro que a Sergio lo conozco desde hace ya como doce años). La existencia de este señor ha sorprendido a algunas amistades mías, que se han quedado un tanto extrañadas cuando les digo que la muerte de don Alejandro, que así se llama, me da igual. Y creo que esta indiferencia merece una explicación: para que se entienda la relación que tuve con don Alejandro, baste como ejemplo que en los últimos 19 años lo vi dos veces (y al decir que lo vi no equivoco el verbo, que conste) y si no recuerdo mal, la última vez que estuvo de visita en la casa de mis padres fue el 19 o el 23 de marzo de 1984 y esa vez fue muy puntual el hombre: “Pues yo vengo a ver a mi hijo”, fueron sus palabras. Que ahora esté ya en las últimas no modifica en nada la opinión que tengo de él, la verdad y, creyente como soy, no me queda sino pedirle a Dios que le perdone sus pecados.
Para mí, el afecto, el aprecio y la valoración por las personas (e incluso entre los animales, y lo digo por Bibi Piluskis, por ejemplo) surge de la convivencia entre ellas, de las simpatías, de las convergencias y etcétera que existan entre ellas. Por lo que haya sido, con don Alejandro no hubo jamás nada de eso, a diferencia de la relación que existió con su madre, mi bisabuela, quien, pese al endemoniado carácter que tenía, lo que fue con mis hermanos y conmigo casi siempre fue bondadosa, al grado que siempre recordaré con afecto, entre otros detalles, las narraciones que nos hacía acerca de leyendas del Cerro de San Pedro, lugar en el que, siempre que volvía, se ponía a llorar al mirar las ruinas de lo que había sido su casa.
Para asentar todo lo que fue esta semana fue que me aislé del mundo... y creo que me hizo bien. Siempre son necesarias las pausas, los cambios en el ritmo de este poema que es la vida. Sí...

p.s.: tómese esta entrada como otro remanente blurtiano... y que no cree precedentes...

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