jueves, agosto 14, 2008

El diario de Coudette II

“La gente es ingrata”, es lo que decía constantemente mi tío el político, luego de que descubrieron los orígenes de su enorme fortuna y lo metieron, venir a ver, en una de esas prisiones de máxima seguridad. Ahora, con lo de Coudette, creo que le concedo la razón. Resulta que cuando fui a la casa de la finada (porque ahí fue el velorio), estaba afuera Malena, la señora que le hacía de comer, le cosía y le limpiaba el departamento, vuelta, literalmente, un mar de lágrimas... Las hermanas de Coudette le habían dicho que tenía prohibida la entrada al velorio. Malditas viejas clasistas. Todavía recuerdo la cara que pusieron cuando les dije que, para bien o para mal, ellas no eran “clasicistas”, como se decían, sino clasistas, y eso, cuando les convenía, porque para escalas sociales inferiores (que no eran muchas, valga aclarar), bien que lo aplicaban, pero cuando se trataba de gente “de sociedad”, les abrían todo: sus casas, sus carteras, las piernas... todo lo abrible, menos el corazón... porque no tenían. A esas mujeres debió amamantarlas una hiena, en el caso que hayan tomado pecho.La falta de corazón quedaba patente con eso de la pobre Malena, que estaba llorosa, ya lo dije, en la esquina de afuera de la casa de Coudette, rosario en mano, vestida de negro, sin medias y con las piernas cenizas por la falta de crema. En cuanto me vio llegar, secó sus lágrimas (pese a que luego de hacerlo se le corrió el rimel), corrió, me abrazó y entre sollozos y jadeos no dejaba de decirme “señorita... hip, hip, seño... hip, hip, rita... ta, ta” y yo: “Ya, ya, Malena, ya, ya... Yo sé que la muerte de Coudette es algo muy fuerte, ya ve, la gran mujer que fue...” y ella: “Bu-bú... hip, hip, se... hip, hip, hip... ñori... bu-bú, hip, hip, hip, ta...” Entonces fue que algo se me hizo raro, porque yo bien que sabía que Coudette había sido una arpía con ella. Como mientras lloraba me tomaba del hombro de mi vestido, muy sutilmente la cogí de la mano y le dije: “A ver, Malena, ya, que si no me deja de llorar, no voy a saber qué pasa... Sí, no me mire con esa cara, que yo sé que algo pasa, pero si usted no deja de llorar, no-lo-voy-a-saber (así, marcando la separación de cada palabra), así que seque esos lagrimones, tome aire y ya sabe: soy toda oídos”.“No me dejan entrar al velorio, señorita”. La verdad, me sorprendió la noticia, pero fingí muy bien cierto aplomo y le contesté: “No te dejan entrar... ¿Quiénes?” Ella, con una fuerte tendencia a volver a hipar y a gemir, me dijo: “Las hermanas de la señorita Coudette... dicen que entienda cómo son las cosas, que tome conciencia de clase... y yo, yo... yo, las únicas clases que he tomado son las de cocina en el grupo de Acción Católica de la iglesia que está aquí a la vuelta de la casa”. Ah, mujeres tan pérfidas. Si alguien me dice que es misógino luego de haberlas tratado, le concedo toda la razón. Pero si éstas todo lo tienen, los delirios de grandeza de Irma Serrano con la vestimenta de María Félix. A éstas de seguro que las parió la tierra... Fueron algunas de las cosas que pensé, pero no le dije nada a la compungida Malena... sólo atiné a musitar: “Ay, Malena, ahora mismo arreglo este desaguisado...”, pero ella, que yo creo que ya padece del oído, me dijo que no, que nada de guisados, que con la pena ni hambre tenía.Pasé a la sala, donde estaba el ataúd de Coudette, y a quienes primero vi fueron a las lamias ésas de sus hermanas, con cara de atribulación. Me vieron y no pudieron disimular su contrariedad aunque, cocodrilescas como siempre han sido, pusieron cara de pesar... o máscara de pesar, porque ellas, al igual que su difunta hermana, eran fanáticas de la cosmética, pese a que su concepto era bastante ramploncito y más bien parecían muestrarios de los trozos a cortar que marcan los cirujanos plásticos. “Ay, me dijo una de ellas, todavía no sabemos cuándo se vaya a abrir el testamento...” Y yo, educada como siempre he sido, contesté: “Buenas tardes... siento mucho lo ocurrido... Así que todavía no se sabe eso del testamento... Con razón estás tan preocupada... (y bajando la voz) Por cierto, el tono del labial que llevas NO VA con el negro, hijita...” Y ella puso una cara como si Coudette se hubiera levantado del ataúd y corrió precipitadamente al baño, para volver luego de 15 minutos, con un labial diferente. Yo aproveché ese tiempo para hacer pasar a la atribulada Malena, sabiendo que la sangre no llegaría al río. Las otras hermanas de la difunta sólo fruncieron la boca y me miraron como superman cuando lanza rayos por los ojos, pero nada más.Malena, ya más tranquila, empezó a torcer los ojos y la boca, según ella con disimulo, como queriendo decirme que necesitaba hablar conmigo. En cuanto pude, me acerqué a su lado y tuve que detenerla, porque estaba tan agradecida que empezó a besarme las manos. “Malena, control, por favor. Recuerde que estamos en un velorio. Hay que saber comportarse. A la señorita Coudette no le habría gustado verla así...” Y ella me dijo en voz baja: “De la señorita le quiero hablar... Bueno, no de la señorita, sino de algo muy importante. Fíjese usted que antes de morir, mientras se estaba doblando como si quisiera volver el estómago y boqueaba como pescado, empezó a señalarme algo. Yo estaba muy asustada, señorita, pero así y todo, pude guardar la calma y vi a donde me señalaba. Era su buró... Ahí estaba una libretota y luego empezó a decir su nombre, señorita, no el de ella, sino el de usted. Yo, toda nerviosa como estaba, le dije que qué quería, que si quería que le diera yo la libretota a usted y me dijo con la cabeza que sí. Luego se cayó al suelo y empezó a sacudirse como aquella vez que pisó el cable de la lámpara cuando salió de bañarse, ¿se acuerda usted que le platiqué de eso? Bueno, pues yo guardé la libretota en mi bolsa y salí corriendo y le hablé a la señito Georgina, la hermana grande de la señorita Coudette... ay, pero si usted sabe cómo se llama. Qué burra soy, es que estoy triste y asustada, señorita, porque cuando llegó la señito Georgina, la señorita Coudette ya no se movía y le habló al médico... y antes de que llegara, empezó a buscar en las cosas de la señorita Coudette y me preguntó muchas veces por la libretota, y como no la encontró, luego de que se fue el doctor, me volvió a preguntar por ella y hasta me dijo que a lo mejor yo la había agarrado. No se la di, señorita, porque yo creo que la última voluntad de la señorita Coudette era que usted se quedara con ella, con la libretota. Así que antes de que se vaya, dígame para dársela...”Ay, Dios, y ahora tengo la libreta aquí, conmigo... Y por lo que veo, es el diario de Coudette. Pero como acabo de encontrar un mapache bebé, me lo traje a casa. Además de eso, traigo el SPM (síndrome premenstrual, para quienes aún no lo sepan, PMS por sus siglas en inglés), lo cual hace que me duelan los ovarios. Así que lo del diario de Coudette queda para la siguiente entrega.

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