miércoles, agosto 27, 2008

Sábado: un ejercicio de lectura. II

En este sentido, percepción es ser y el ser es tiempo y espacio. Continúa el poema: “Es ésta la ciudad. Somos tú y yo”. Aunque la mención de la ciudad resulta un tanto sorpresiva, puesto que el entorno descrito correspondería más bien a un ambiente natural, campestre, no se debe olvidar que el poema es narrado por una voz que busca la fusión del entorno dentro de un todo, así como tampoco debe olvidarse la observación realizada al inicio de estos comentarios: “Los días y el trabajo” son, en buena parte, la actualización de temas y escenarios clásicos. De esta manera, la descripción de la ciudad permite considerarla como un oasis que, al ser asociado con el título, reforzaría la idea por éste sugerida: el inicio del fin de semana como un remanso de los días laborables. La ciudad, pues, queda definida de esta forma: “Es ésta la ciudad”; es decir, su esencia está caracterizada por todo lo descrito anteriormente. Pero ese entorno afecta también al sujeto que describe y a alguien más: “somos tú y yo”. A mi juicio, ese “tú” tiene un significado mayor que el de la simple referencia a la pareja: las recurrentes analogías de la estrofa anterior permiten relacionar ese tú, a su vez, con “lo otro”. El entorno está conformado por el cielo, el río, la ciudad, el tiempo y tú; al mismo tiempo, parece sugerir la voz narradora, todo eso soy yo. Al observar este verso en su totalidad, también es posible considerar otra posibilidad de lectura: “la ciudad” es una construcción humana, colectiva, “somos tú y yo”. Como se ve dos versos más adelante, la materia prima empleada en su construcción es la piedra que, aunque dura, se deja moldear, tanto por la fuerza de la naturaleza (el agua y el viento, en este caso) como por la mano del hombre. Desde esta perspectiva, no resulta muy aventurado pensar que la ciudad sería considerada como una armoniosa simbiosis de la naturaleza y del trabajo humano. Uno busca la eternidad en el campo porque lleva consigo una conciencia urbana, una experiencia de trabajar de lunes a viernes. Los dos mundos (o más bien las dos formas de mirar el mundo), lejos de excluirse, se complementan.
Continúa el poema con la oración “Calle por calle vamos hasta el cielo”, donde la doble repetición del sustantivo estaría relacionada con la reiterada sensación de lentitud que es atribuida al “cielo” y al “río” en la estrofa anterior. Poco a poco, el yo y el otro avanzan en dirección a la díada cielo / río. El empleo de la preposición “hasta”, indicadora de cierta culminación, junto con la referencia al cielo, sugieren cierta idea de ascensión. Así, la díada adquiere un nuevo significado: el de libertad y de realización; es decir, lo otro, el otro y el yo terminan siendo uno y lo mismo. ¿Estaremos en presencia de una concepción un tanto idealista de la realidad? Esto resulta tan probable que el narrador parece haber pensado en este punto y como si los dos sentidos aludidos (la vista y el oído) no fueran suficientes, incluye un tercero, para no dejar lugar a ninguna duda: “Toca –para creer—la piedra”, como si mediante el tacto se desmintiera cualquier percepción ideal del mundo. Se trata de una construcción en la cual se advierte la des-automatización de una frase lexicalizada: por si el evangélico “ver para creer” resultara insuficiente, existe el sentido del tacto. En principio, conviene destacar la importancia del verbo: “toca”, dice la voz narradora, formulando si no una orden, sí una invitación al “tú”, que pareciera dudar de la realidad (o al menos es lo que parece pensar el “yo”, quien lo invita a constatar la realidad del mundo). Acto seguido, nótese a qué punto ha llegado esa evaluación de la realidad: de la vista se pasó al oído para concluir con el tacto. La realidad resulta paradójicamente tan irreal que es necesario tocarla, aunque no se trate de tocar cualquier cosa, sino algo tan sólido como una piedra y, todavía más, no es cualquier piedra, sino aquélla que constituye una especie de síntesis de todo lo enumerado con anterioridad, debido a que como todo objeto de la creación, se ha dejado modelar por el paso del tiempo: “la piedra / mansa”. La adjetivación resulta un poco extraña para el sustantivo al que modifica: ¿se trata de una piedra benigna, suave, sosegada, tranquila? Efectivamente, puesto que forma parte de la percepción del entorno, que contiene todas estas características. Ahora bien, ¿qué es lo que confiere tales características a un objeto que usualmente es considerado como símbolo de la permanencia? En mi opinión, es el paso del tiempo, que hace que todo sea un reflejo: “no quedará piedra sobre piedra”, sentencia también el Evangelio.
Sin embargo, esa piedra es “mansa” debido también a otro factor: forma parte de un “pretil”, de un vallado, cuya función es preservar de las caídas. De esta forma, la piedra mencionada es “mansa” porque, aunque fue sustraída de su entorno natural, sigue perteneciendo a él en cierta medida, al señalar más precisamente el margen de un río. Pero, también, ese pretil es paciente; esto es, puede soportar algo, el paso del tiempo, en este caso, sin alterarse. A partir del contenido del poema es válido preguntarse si habrá que tomar dicha paciencia literalmente o como un adjetivo con ligeros atisbos de ironía: la mansedumbre y la paciencia, atribuidas a un mismo objeto harían permisible esa posibilidad.
De esta manera, “Sábado” es un poema que desarrolla lo que el mismo Jaime Gil de Biedma definió como los dos grandes temas de su poesía: el paso del tiempo y yo. Desde esta perspectiva, creo que estamos en presencia de un poema bien logrado, sobre todo en lo que se refiere al primer aspecto, donde la percepción del paso del tiempo, principalmente en el entorno, proporciona cierto ambiente de irrealidad o, incluso, de la fugacidad de las cosas. Otro punto a destacar es el remanente simbolista (guilleniano) de percibir ese mismo entorno y al yo mediante una concepción panteísta de la realidad, en la cual cobran una enorme importancia tres de los cinco sentidos corporales (la vista, el oído y el tacto, en ese orden), al entrar en relación con tres de los cuatro elementos naturales (el viento, el agua y la tierra). Es probable que el balance entre ambos ayude al narrador a comprender y a aceptar todo eso como parte de un proceso natural por el que, precisamente, el ser humano es lo que es.

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