lunes, agosto 25, 2008

Sábado: un ejercicio de lectura. I

“Sábado” presenta algunos rasgos que parecen derivarse del simbolismo en general y, en particular, de la poesía de Jorge Guillén, específicamente la de Cántico. Los primeros versos evocan un escenario que parece absorber al individuo, cuya presencia habría sido sustituida por la del paisaje, como si se pretendiera expresar el estado de ánimo del sujeto indirectamente, a través del paisaje, debido a los efectos del paso del tiempo. El escenario, una confusión de cielo y río, es captado, a la vez, como puro fluir temporal (el agua en el río) y como eterna presencia atemporal (el cielo que es pura hermosura presente). La eternidad se mira en el tiempo, como el cielo se refleja en el río, y viceversa. Sin embargo, debido a dicho fluir, el entorno es percibido como algo evanescente, etéreo y, en gran medida, irreal. Lo que me interesa destacar con detalle en ésta y la siguiente entrada, son los recursos de que se vale el escritor para la consecución de este efecto.
“Sábado” comienza con la oración “El cielo que hace hoy”; ya desde aquí, el empleo del presente del indicativo y el uso del adverbio “hoy”, confieren a la frase el carácter de presente “histórico”; es decir, el de un acto que ya ha ocurrido antes, ocurre en ese momento, y ocurrirá después. Dicho con otras palabras, se habla del cielo de ese sábado, y del de todos los otros sábados. También resulta muy significativo que el primer elemento mencionado sea “el cielo”, que tiene aquí una connotación de amplitud, a la vez que comienza a sugerir la percepción que se tiene del entorno como algo irreal, puesto que se trata de algo que, si bien es fácilmente visible y real, resulta también intangible. El orden de la oración es momentáneamente interrumpido por una frase adjetival que califica el día que hace: “hermoso como el río / y rumoroso como él”; existen aquí cuatro elementos que me interesa destacar: la comparación, la adjetivación, la aliteración y la repetición.
En ese orden, “el cielo” es comparado con “el río”, en una búsqueda cuyo objetivo sea, tal vez, el de darle mayor consistencia a algo percibido inicialmente como intangible. Desde esta perspectiva, es importante señalar el inicio de una gradación, comenzada con “el cielo” y continuada con la imagen del “río”. Ciertamente, la realidad circundante adquiere un mayor grado de consistencia y el entorno comienza a verse más perfilado, a contar con otros elementos que le proporcionan una solidez mayor. Por su parte, la inclusión del “río” no es tan casual: así como el título “Los días y el trabajo” cuenta con ciertos remanentes mitológicos, creo importante recordar la imagen heraclitiana del río como representación del tiempo: el cielo es como el río que es como el tiempo.
La díada “cielo”-“río” es modificada por dos adjetivos: “hermoso” y “rumoroso”. El primero de ellos corresponde a una impresión visual, en estrecha relación con el cielo como primer elemento de la realidad descrita, a la vez que prepara la inclusión del río como el siguiente objeto a considerar dentro del entorno. El segundo calificativo pertenece al sentido del oído y está íntimamente ligado con el ruido vago, sordo y continuado de las aguas al seguir un cauce. Ahora bien, esta descripción origina una pregunta: ¿De qué manera puede ser “rumoroso” el cielo? Una posibilidad consiste en considerar la alusión al cielo como una referencia al aire; esto es, como una metonimia, similar a las empleadas en diversos pasajes del Cántico espiritual, de San Juan de la Cruz. De esta forma, los elementos de la creación que han sido mencionados, comienzan a desarrollar cierta actividad, convirtiéndose así en puentes entre la realidad circundante y el individuo que la percibe: es por “el cielo”, es decir, por el aire, que se sabe de la presencia de las aguas. A su vez, la imagen de este río rumoroso sugiere la existencia de “la piedra” que es mencionada posteriormente, ya que esa realidad circundante tiende a convertirse en un todo.
Esta sugerida idea de unicidad estaría reforzada por una de las dos formas en que se emplea la repetición en la frase, la aliteración o-o, que abarca la mitad de las ocho palabras que la componen: “hermoso”, “como”, “rumoroso” y “como”. La repetición da lugar a la analogía: al percibir “el cielo” como “río”, se establece también una similitud entre lo que está arriba, que también estaría abajo. La doble inclusión del comparativo “como” remite, en ambos casos, a la imagen del río que, a su vez, funciona como una representación del espacio y del tiempo: un entorno “hermoso” y “rumoroso”, donde la vista y el oído, fusionados mediante la presencia del doble comparativo, sugieren también que todo se relaciona con todo. Lo anterior funciona como punto de partida para la reflexión suscitada por la contemplación de una realidad que tiende a una casi imperceptible difuminación.
A partir de esta apreciación, el cielo y el río han pasado a formar parte de una díada, en la cual uno es reflejo del otro. Así, se observa que ese cielo “despacio va / sobre las aguas que ennoblece el tiempo”. La analogía “cielo”-“río” es percibida poco a poco y la paulatina asimilación del entorno coincide con el discurrir temporal, como si se entendiera que percepción es tiempo, a la vez que el tiempo mismo, cuya imagen son las aguas en que se refleja el cielo, enaltece, adorna y enriquece tanto al entorno como a quien lo contempla. Hablo de contemplación por ser éste un acto de despaciosa atención y el poema insiste en esta pausada percepción del entorno. Y es que, en seguida, se indica que las aguas, ennoblecidas por el tiempo, van “lentas, como el cielo que reflejan”; es decir, la realidad externa se convierte en un espejo del fuero interno del individuo: esas aguas son lánguidas y lentas, al mismo tiempo que reflejan parte del escenario. Creo conveniente destacar la repetición de una misma noción semántica mediante el adverbio “despacio” y el adjetivo “lentas”, ya que con esta insistencia se sugiere, por un lado, que, a diferencia de los días laborables, durante el día “sábado” el ritmo de la vida es percibido con mayor lentitud. Además, se podría pensar que no es imposible que sea dicha lentitud la que “ennoblece” las aguas del río. Asimismo, la asonancia e-a en “lentas” y “refleja” permite fusionar las dos propiedades atribuidas a las aguas: la de correr con lentitud y la de reflejar la realidad circundante. De esta forma, el verbo “reflejar” adquiere una enorme importancia: el cielo, el río y el tiempo son la representación de una determinada idea del mundo, visto como algo inaprensible.
To be continued...

1 comentario:

Anónimo dijo...

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